Verne y la vida secreta de las mujeres planta by Ledicia Costas

Verne y la vida secreta de las mujeres planta by Ledicia Costas

autor:Ledicia Costas [Costas, Ledicia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2016-01-01T00:00:00+00:00


En la buhardilla, la abuela Melisa reposaba en su silla tal y como la habían dejado horas atrás, justo después de la visita de doña Lola: con las piernas tapadas con la manta y el gorro puesto. Ella misma pidió que se lo dejaran, para no impresionar a aquellos hombres, en el caso de que la visitasen. Tanto Violeta como Philipot habían ido a verla varias veces a lo largo de la tarde, para regarla con el preparado del boticario y también para comprobar si necesitaba algo. Descansar, repetía ella una y otra vez. Solo quiero descansar.

Ahora que ya era noche cerrada y que el cielo estaba salpicado de estrellas y su cuarto iluminado por varias velas, los ojos de Melisa habían adquirido otra dimensión. Su iris brillaba con intensidad felina. Era una especie de masa verde brillante que iba avanzando lentamente, como los fotogramas de las primeras películas que se proyectaron en París, en el Salón Indio del Grand Café, en el número 14 del bulevar de los Capuchinos. Pero todavía faltaban años para que los hermanos Lumière inventaran el cinematógrafo.

—¿Cómo te encuentras, Melisa?, —le preguntó el abuelo.

—Pues algo rara. Tengo una sensación muy extraña aquí, en el vientre —le explicó mientras se palpaba junto al ombligo—. Pero ya habrá tiempo para hablar de eso. ¿No vas a presentarme a estos hombres?

Jules Verne y Antonio Sanjurjo se presentaron ellos mismos, sin necesidad de que Philipot interviniese.

—¿Y tú, muchacho, eres…?, —le preguntó Melisa dirigiéndose a Pierre.

—Yo soy Pierre, un simple grumete.

—No hay nada simple en ningún oficio —apuntó ella, con voz cansada—. Además, tienes toda la vida por delante. Quizás algún día llegues a capitán.

Pierre asintió, intentando que no se notase la impresión tan grande que le estaban causando sus ojos de felina.

—Supongo que quieren ver lo que me está sucediendo —dio por hecho Melisa—. Mi marido y Violeta me tienen al tanto de todo. Usted es el dueño del submarino, ¿verdad?, —le preguntó directamente a Sanjurjo.

—En efecto. Quería verla porque antes de embarcarme en una expedición de este tipo, necesito estar seguro de que quiere ir a buscar ese bosque por su propia voluntad.

—¿De verdad piensa que mi marido y mi nieta me obligarían a hacer algo que no quiero?

—No, por supuesto que no. No quería decir eso —se excusó Sanjurjo.

—Señor Sanjurjo, con dieciséis años, a los pocos días de dar a luz a mi hija Azucena, las cogí a ella y a mi nepheas y hui de casa sabiendo que jamás podría volver. Era muy consciente de que desde ese momento sería repudiada por mi familia para siempre —reconoció con la voz cargada de pena—. Me subí a un barco con destino a Argentina, en el que pasé a bordo casi dos meses, en un camarote donde había ratas, frío y, sobre todo, hambre. Mucha hambre. No me detuve hasta encontrar al padre de mi hija. Y, lo que son las cosas, al final no lo encontré yo a él. Me encontró él a mí.

En ese punto del relato, Philipot le quitó el gorro a Melisa y acarició su maraña.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.